sábado, 19 de abril de 2014

Actividad 3.2. Aprendizaje cooperativo y otros aprendizajes #ABP_AC #ABPmooc_intef

Xavier Cubero cuando tenía cinco años.


Después de leer el texto de Pere Pujolás y la reflexión de Jaume Sans, pienso que no tengo demasiados recuerdos de infancia; por ello me he entretenido en buscar la fotografía que me hicieron en el colegio en 1965 y la he retocado con GIMP como intentando crear otro tipo de metáfora visual.

No era yo mal estudiante, me gustaba aprender, pero el colegio me daba miedo, eran los tiempos de «la letra, con sangre entra» y de otras cosas que ahora no vienen al caso. No conocí nada que se pareciera a lo que en la actualidad se denomina aprendizaje cooperativo, tampoco a la cooperación intragrupal  o a la competencia intergrupal; de hecho, prácticamente nunca tuve que hacer trabajos en grupo. Todo era trabajo individual e individualista, en algún caso la organización era competitiva y, a veces, parecía que era más importante humillar a quien perdía más que brindar reconocimiento a quien ganaba.

Sí recuerdo a dos buenos profesores, a pesar de que sus técnicas docentes fuesen poco cooperativas, eran buenos por su dedicación, por su esfuerzo e interés, por los valores que transmitían, por su coherencia… se llamaban Santos y José Antonio García, dos hermanos mellizos que habían venido a Catalunya desde su Zamora natal, les agradezco tanto…

También me viene a la memoria un día de excursión en el campo en el que aprendimos a construir un horno y fabricar carbón para después crear un filtro de agua con otros componentes que obtuvimos el mismo día en el monte. Sin embargo, no sé si aquel día es memorable por la citada actividad o porque, además, asistimos a la disección de un pobre conejo y vimos como latía su pequeño corazoncito a cielo abierto.

Así era la escuela entonces, una de cal y otra de arena (no sólo para el filtro). Las circunstancias me obligaron a estudiar formación profesional y trabajé veinte años en el mundo de las artes gráficas. A los cuarenta, lo dejé todo para estudiar Filología hispánica en la Universidad de Barcelona, era el año 2000, en los cinco años posteriores no oí ni un comentario sobre docencia, metodología, pedagogía, ni trabajé en grupo, ni supe nada de modelos cooperativos; ni siquiera en el CAP, realizado los sábados por la mañana en sesiones tediosas e insustanciales impartidas con desmotivación notoria (ahora creo que se ha convertido en un máster, espero que con algo más de contenido). Bastante más aprendí, sólo en un mes, en un curso de profesor de español como lengua extranjera que cursé en International House.

Desde el año 2006 soy profesor de Lengua castellana y literatura, antes había dado clase muchos años sobre el mundo de la imprenta, pero ya no lo hago, ahora soy profesor en la ESO y en Bachillerato; y quiero aprender a dar clase, lo intento cada día. Mi tendencia a las clases expositivas (casi digo «magistrales») es tremenda, la lucha por no ser el único protagonista de mis clases es difícil de explicar, pero lo intento y hago cursos de formación y leo y experimento o aplico y…

En las clases que doy de informática me es fácil organizar grupos, propiciar un tejido colaborativo en el que unos alumnos ayuden a los otros y creo que cada curso voy mejorando aspectos, a veces imagino, que pronto no tendré que explicar casi nada, que mi papel será de guía y de apoyo básicamente. No ha sido gratis, ese es un trabajo extra fuera del aula que poca gente que se encuentre fuera de la docencia imaginaría, especialmente en el PP o en el PSOE, donde ni siquiera los docentes que trabajan en esas organizaciones parecen entender nada, puesto que es imposible imaginar tal grado de incompetencia a la hora de legislar sobre la educación.

Sin embargo, en las clases de Lengua castellana me cuesta mucho más, pero algo voy avanzando, gracias a la experiencia compartida de muchos docentes innovadores cuyos nombres ahora no citaré porque la lista sería bastante larga y mi memoria tiene ya tantas lagunas que podría crear un mar de olvidos imperdonables.

En primero de ESO tengo 33 alumnos; en segundo, 32. Cierto señor a quien llaman ministro de educación, aunque en realidad sea otra cosa, no vería en ello ninguna dificultad para un trabajo cooperativo que no sirva de gran cosa en una reválida tradicional. Yo si veo dificultades, pero cada vez con mayor frecuencia hacemos grupos para desarrollar pequeños proyectos; intentamos que los alumnos sean los verdaderos protagonistas de su aprendizaje; ideamos nuevas maneras de acercarnos a la lengua real y dinámica, comunicativa, no a las gramáticas frías que sirven para un examen y se olvidan después. Sobre todo, intento reflexionar sobre la evaluación, uno de los grandes problemas, como también se puede apreciar en este curso.

En fin, creo que muchas cosas ya están cambiando y que el camino será largo; que se pueden cambiar muchas más, a pesar de los temarios indigestos, excesivos e inútiles y a pesar de esta casta de políticos a los que nada interesa el futuro de los jóvenes españoles, por mucho que se les llene la boca con la palabra España mientras ocultan el dinero en Suiza y otros paraísos fiscales.

Necesitamos una democracia real, con una enseñanza auténticamente democrática, con formación adecuada y reconocimiento a la labor de aquellos docentes que pongan por encima de todo el aprendizaje de los alumnos, eso sería cooperar de verdad, porque la enseñanza es cosa de todos y ahí, en las dosis adecuadas, cabe todo: aprendizaje cooperativo, cooperación intragrupal, competencia intergrupal, aprendizaje competitivo y aprendizaje individual; hasta individualista, si atendemos al mundo en que vivimos y no desatendemos los valores humanos que deberían enmarcar todo aprendizaje y toda enseñanza.

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